lunes, 12 de enero de 2009

desierto de loza.

Me marea verte acariciar las teclas de tu ordenador rosa, me imagino siendo la L y la S y sobre todo la A... Siento tus huellas dactilares golpeándome veloz, rozando las protuberancias en la F y la J cuando dudas antes de proseguir la frase.
Si tú me teclearas yo calentaría tus manos heladas, sin que tuvieras que pedir otro café.



Se nota que no te gusta. Cuando te detienes, lees lo que has escrito, lo guardas y miras a tu alrededor, sé que vas a pedir un café. El camarero te lo trae y tú lo utilizas sólo para calentarte las manos; sujetas la taza con ambas manos y aprietas la loza fuerte, para que el calor penetre más rápido en tu piel. Das pequeños sorbos para que no se note, pero yo veo el entrecejo contraerse cada vez que te manchas los labios con la espuma.
No podría darte tanta información como él, pero si tú me teclearas yo te contaría todo lo que sé, todo lo que he vivido y todo lo que quiero hacer. Hasta te contaría lo que sueño y lo que sueñas y lo que podríamos soñar.
No, no hagas eso. No puedo soportar cuando levantas la pierna y apoyando el talón en la silla, tu falda se escurre traviesa hacia tus nalgas, y se detiene justo ahí, justo para que yo me desmaye, justo para que nadie lo vea.
Cierras bien la cremallera de tus botas de piel y estiras las medias, apretando el lazo justo debajo de la rodilla.
Si tu quisieras teclearme, yo te besaría las medias, los lazos, la falda traviesa.
Te dejaría escribir en mi espalda, tatuarme versos en la planta de los pies o tejer historias con mi cabello, siempre que quisieras. Téjeme, tatúame. Tecléame hasta que todo mi cuerpo sea un moretón de cosquillas y deseo.
Ya reposan tres tazas en la mesita, todas casi llenas, todas frías. Te frotas una mano con la otra, las pones entre tus piernas para calentarlas, miras el gran reloj de pared y decides que es la hora. Empiezas a recoger.
Me acerco más y más al cristal, el frío me cala en los huesos, en la nariz, en la tráquea. Se me mete muy adentro mientras veo que pagas los cafés que no te has tomado y el camarero te guiña los dos ojos.
El frío me apuñala la espalda cuando abro la ventana y me asomo al balcón para verte caminar, asesinando el asfalto con tus tacones, siempre con la mano sujetando el bolso donde guardas tus historias, tu vida. Pasas debajo de mí hacia la parada del bus. Las manos en tus bolsillos, no encuentras la tarjeta, yo espero que mires hacia arriba, tengo una T10 en la mano, para lanzártela por la ventana y salvarte para siempre, como cada lunes. Y justo a tiempo, te subirás al autobús con la J y la F inquietas en tu bolso, sin mirar a mi balcón, sin tomarte los cafés y sin darte cuenta de que el camarero del bar ya te echa de menos.

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